Reconozco que al escribir el título de este artículo he dudado en escribirlo entre signos de interrogación. Y sin duda más de uno estará de acuerdo conmigo que la evolución de la pandemia a lo largo de estos dos años ha sido inquietante y sorprendente. Como sorprendente es que con más del 80% de población vacunada se haya producido un tsunami de contagios como el que surgió a partir de mediados de diciembre.

Y esta ola ha sido mundial primero en Sudáfrica, se extendió al Reino Unido y después a España y a toda Europa. Estados Unidos va con unos diez días de retraso con respecto a nosotros. 

Primera conclusión: Las vacunas no evitan la infección por ómicron. 

A nuestro alrededor hemos visto como personas con dos e incluso con la dosis de refuerzo inyectada han contraído la enfermedad. La mayoría de las personas desarrollan una enfermedad leve con síntomas muy similares a los que provoca un catarro común. Congestión nasal, tos, malestar, febrícula. Los síntomas se extienden por un periodo entre cinco o siete días y la recuperación es completa y sin secuelas.

Segunda conclusión: Las vacunas previenen de la enfermedad grave y la muerte

El volumen de personas infectadas ha sido enorme a lo largo de todo el mes de diciembre y comienzos de Enero alcanzando cifras que superaron los peores meses de Marzo y Abril del 2020. Sin embargo los ingresos en Hospitales, en UCI y los muertos se mantuvieron  en cifras muy bajas en comparación a la incidencia acumulada. 

Desgraciadamente la infectividad de ómicron es tan grande que el número de personas con patología leve o moderada ha generado un volumen de consultas tanto presenciales como telefónicas incalculable e inasumible por el sistema de Atención Primaria. Ello provoca un fenómeno de desplazamiento. Si un paciente busca atención por su médico general y este no puede atenderlo acude a urgencias. Cuando estas se saturan la onda continúa propagándose hacia las urgencias hospitalarias que tampoco pueden atender la demanda y el sistema colapsa.

Nos encontramos en la peor de las situaciones. Los pacientes que de verdad precisan atención rápida y urgente sufren largas colas y esperas para ser atendidos. El ciudadano que precisa la baja, un certificado para la empresa, el alta, una analítica o necesita consultar un problema o una duda lo mandan con cajas destempladas a su médico de cabecera. Y vuelta a empezar. Los profesionales ven cómo desperdician su tiempo rellenando formularios atrapados en una maraña de procedimientos burocráticos

Tercera conclusión: Nuestros sistemas de atención sanitaria a nivel hospitalaria son robustos y hay que reconocer que ha soportado bastante bien el envite. Sin embargo la atención primaria se ha desmoronado. Falló la atención en consulta, falló el sistema de atención domiciliaria, falló la vigilancia epidiomológica, falló el seguimiento de los casos cuando aún era posible, falló la burocracia. Esto ocurrió en los núcleos urbanos y en las zonas más pobladas. En el medio rural la atención primaria se ha comportado de manera bien distinta y podemos afirmar que funcionó razonablemente bien.

¿Dónde están los motivos para la esperanza?




 En primer lugar, en la comprobación que las vacunas previenen la enfermedad grave. En segundo lugar en la naturaleza del ómicron que muestra una alta infectividad, junto con una menor agresividad. Si nos fijamos en la figura de casos diarios de covid a lo largo de la pandemia vemos que en enero de 2022 se llegaron a declarar hasta 179,000 casos. Sin embargo en la figura 2 que representa el número de muertos diarios vemos que apenas llega a 240. En Abril de 2020 con muy pocos casos declarados, en proporción a los actuales,  se llegaron a registrar 1000 muertos. Las dos figuras son como una imagen especular. A comienzos del 2020 el número de casos no era muy grande sin embargo el número de muertos y hospitalizados era tremendo. 




En 2022 el número de infectados es abrumador pero el número de ingresados y muertos es pequeño proporcionalmente. 

Por otra parte, el ómicron ataca las vías respiratorias altas y respeta el pulmón. El número de pacientes infectados por ómicron que precisan intubación es casi igual a cero.

Un comportamiento menos agresivo se traduce en menor mortalidad y menor morbilidad como se ha demostrado a lo largo de esta sexta ola. 

Además, un alto número de personas que ha contraído la enfermedad desarrolla la inmunidad natural completa que es diferente a la que se adquiere con las vacunas. 

Todo ello nos hace pensar que estamos asistiendo al principio del fin. 

Más de uno pensará también lo creíamos hace un año cuando llegaron las vacunas y pensábamos que estas Navidades iban a ser casi normales. 

Podría surgir otra variante que escape a las vacunas y sea más peligrosa. Es una posibilidad real pero queremos pensar que poco probable. Si volvemos la vista hacia atrás en la epidemia de gripe de 1918 provocada por H1N1 ocurrió algo similar. La segunda ola que tuvo lugar en 1919 fue mucho peor que la primera. 

En mi opinión, ¿hay motivos para la esperanza? Sinceramente creo que sí. Cierto que durante meses tendremos que llevar mascarilla en lugares cerrados, tendremos que seguir respetando algunas normas y es posible que tengamos que ponernos una dosis de recuerdo el año que viene. Pero en breve recuperaremos nuestra vida normal y el Covid quedará en el baúl de los recuerdos como una pesadilla que nuestros hijos contarán a sus nietos.


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